miércoles, 2 de septiembre de 2009

teoria de las ideas de platon

El ideal de mundo, gobierno y Dios.

La explicación platónica de la realidad, a partir de su teoría de las ideas, bien puede parecernos demasiado fantástica, mítica e irreal. Como buenos hijos de nuestra época, nos cuesta vislumbrar teorías que no tengan nada que ver con una evidencia de tipo empírico. Somos suspicaces, más aún cuando las supuestas pruebas de verdad que nos propone Platón radican en mitos.

La intencionalidad central de Platón al hacer de su filosofía una explicación de lo real, no era simplemente teórica, ni tampoco estaba en su intención elaborar creencias acerca del origen y sentido del mundo, como ya lo hacían los presocráticos. Platón ya contaba con tal realidad, lo único que deseaba era comprender el orden, el logos, que subyace sobre esa realidad, para poder aplicarla a un proyecto mucho más práctico, pero más ambicioso: el generar un tipo de gobierno perfecto.

Tal como lo indica Coreth , la visión del mundo, dividida en lo sensible y lo ideal, no es más que la forma que plantea Platón para poder organizar y encontrar al hombre consigo y con los demás. Platón ve en su visión de realidad, el orden que subyace sobre la sociedad ideal y sobre el hombre ideal. Así la misión de la filosofía platónica ha de permitirnos alcanzar ese ideal de perfección.
Visión antropológica:

De acuerdo a la teoría de las ideas, nuestra realidad se divide en dos grandes polos. Uno el ideal, eterno e inmutable y sobretodo el único real, mientras que por el otro lado tenemos el mundo sensible, múltiple, imperfecto, sometido a la corrupción y por sobretodo una mera imitación de aquel mundo perfecto. Tal mundo sensible no nos permite acceder a lo verdadero, puesto que no es más que una simple imitación, y por ello lo debemos negar constantemente.

Concordando con su propia teoría, Platón escinde al hombre en dos elementos distintos: alma y cuerpo. La primera se caracteriza por ser racional e inmortal, mientras que el cuerpo es sensible, mortal e imperfecto. Ambos han sido unidos accidentalmente, de tal forma que el cuerpo se ha convertido en una especie de cárcel para el alma, ya que le impide acceder a las ideas siempre verdaderas. De tal forma la actividad central del hombre ha de permitir la liberación del cuerpo, para poder acceder total y completamente al mundo de las ideas. En tal sentido la filosofía debe entenderse como una preparación constante para aceptar la muerte.

Una muerte que se entiende como un paso a un estilo de vida mejor. En efecto, Platón aceptando ciertas creencias órficas y pitagóricas, asume la teoría de la transmigración de las almas . De acuerdo a esto, los hombres deben llevar una vida orientada hacia el bien supremo, haciendo caso omiso de los placeres o sensaciones corporales, para no confundir su verdadero destino y acceder al mundo ideal del cual proviene. El alma, a través de diversas vidas, irá logrando separarse cada vez más de sus deseos corporales, preparándose para la separación definitiva y posterior vida en el mundo ideal.

La forma de acceder a esta perfección continua sólo se consigue si el hombre es capaz de acceder virtuosamente a la idea de bien. Para ello debe atender al orden interno suyo, descubriendo (en realidad, recordando) en sí mismo lo más divino que existe: su propia alma.

En efecto, de la unión accidental del cuerpo con el alma aparecen tres clases (¿o partes?) del alma : el alma racional, que posee las facultades racionales y que por lo mismo encierra en si misma principios inmortales; el alma irascible, que se encuentra en el pecho y que regula nuestros impulsos violentos, tal vez de tipo emocional; y el alma concupiscible, situada en el vientre, regulando todos los apetitos que nacen de nuestra parte orgánica: los deseos alimenticios y los placeres sensuales. Estos dos últimos tipos de alma, nacen de la unión con el cuerpo, por tanto están sometidos a la muerte.

Tal es la interrelación entre estas almas, que debemos orientarlas adecuadamente todas ellas hacia la prosecución y alcance de la idea de bien. Existen tres virtudes que nos ayudarán a lograr esto. La primera virtud es la prudencia, un hábito del alma racional que busca descubrir la verdad y el bien, para poder encaminar todos nuestros actos hacia la consecución del fin adecuado. A continuación aparece la virtud de la fortaleza, que busca que seamos fuertes para mantener un equilibrio sano entre nuestras aspiraciones emocionales, sin dejar que éstas nos dominen. Y, por último, tenemos la templanza que regula a la facultad concupiscible, para moderar todas las inclinaciones de nuestros apetitos.

Toda la vida, entonces, se reduce a una exigencia moral constante, para orientarnos con todas nuestras facultades hacia el bien, a través de una correcta armonía y orden de nuestras almas. Para ello disponemos de la virtud de la justicia que sabrá controlar cada alma nuestra en su momento adecuado y con la fuerza necesaria para poder lograr el fin que necesitamos. Tales virtudes, entonces, y una correcta educación nos prepararán para acceder a la idea de Bien de la cual todo procede.

El proyecto de gobierno.

Tal visión antropológica, que viene determinada por la gran cosmovisión de lo ideal y sensible, configuraría la mejor forma de administración que tendría la sociedad ideal. Un gobierno correcto se ordenaría hacia el Bien, posibilitando el encuentro de cada ciudadano con el mismo.

La sociedad ideal, al igual que el hombre, se ordenaría en tres grandes clases que estarían jerarquizadas para poder alcanzar la idea de bien. La primera clase sería la de los sabios, que conocen el bien y que por lo mismo son los más capaces de gobernar, ya que pueden orientar a cualquiera a seguir los mejores pasos para acceder al bien. Luego vendría la clase de los guerreros, que al igual que el alma irascible, defendería la ciudad evitando cualquier conflicto interno. Por último, la clase de los productores que aportaría con los bienes necesarios para mantener un gobierno, pero sin caer en una aspiración excesiva de estos bienes materiales.

El gobierno ideal, también ha de ser regido por la virtud de la justicia, que se encargaría de orientar todas las acciones y posibilitar que cada una de estas clases cumpla con su deber. Así, es la aristocracia y no la democracia, la mejor forma de gobierno, puesto que lo que necesitamos es el gobierno de los mejores y no la aprobación de una mayoría que bien puede estar equivocada.

Recordemos que fue precisamente la decisión de una mayoría la que condenó injustamente a Sócrates. Según Platón lo que triunfó en ese juicio no fue la verdad o el bien, sino que fue la anarquía y el desorden de unos cuantos, lo que condujo finalmente al error y al asesinato de su mentor.

Es, entonces, una visión política, antropológica y cosmológica, la que Platón expone. Una visión completamente estructurada y en continua revisión, pero que en definitiva se convierte en el conocimiento del hombre mismo, a partir de la situación que ocupa en su mundo.

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